martes, 1 de octubre de 2013

Arnedillo y los cuatro elementos

IXOS MONS
Arnedillo y los cuatro elementos
Septiembre de 2013



            Todos recordamos eso de los tres elementos de la materia, el sólido, el líquido y el gaseoso, a los que luego se añadió el ígneo. El buen antropónomo y vitacultor debe buscarlos siempre allá donde vaya. Son los elementos en los que se basa la vida: la tierra, el agua, el aire y el sol, la luz. En Arnedillo los hemos encontrado, y no sólo en las caldas aguas, representados en el barro, la propia agua, los vapores y el calor sobre lo que todo ello gira, sino también en la naturaleza que lo circunda. En ella tenemos la tierra que alberga nuestro pisar, el agua de los barrancos y algún día el de la lluvia, el aire que transporta infinidad de matices olorosos, y esa luz que pone en contacto todo ello con nuestras miradas.

Puente de piedra y torre del castillo
            Para sentirse vivo lo mejor es estar entre la vida. Y evidentemente, cuanto más cerca mejor. Es lo que sucede en muy pocos sitios, siendo el monte uno de ellos. Arnedillo está enclavado a 671 metros snm, entre riscos, a orillas del río Cidacos que naciendo en el Puerto de Oncala, recorre 77 km para desembocar en el Ebro en las cercanías de Calahorra.

           Paralelamente al río Cidacos estuvo en funcionamiento un tren de vía estrecha para sacar todo el mineral de las minas de Préjano, población cercana. El recorrido llegó a ser desde Calahorra hasta Arnedillo, entrando en funcionamiento por fases, comenzando en 1922 y completándose en 1947, y que por motivos económicos tan sólo duró hasta 1966. Posteriormente se desmantelaron sus vías y se acondicionó el trazado como Vía Verde, denominada del Cidacos, que une Calahorra con Arnedillo en unos 34 km.

Entre la Encineta y la sierra de Hez
            Arnedillo es un municipio situado entre las sierras de Hez y Peñalmonte, y goza de un fenómeno de la naturaleza, espectacular, al propio tiempo que humilde y discreto, como lo son las raíces de los árboles, realizando un trabajo oculto, callado, pero imprescindible para la vivencia del ser. Estamos hablando de las aguas termales, que adquieren su contenido en sales minerales en el interior de la tierra. A medida que ganan profundidad, van disolviendo los componentes de las rocas que encuentra a su paso, especialmente de las areniscas. Conforme va ganando esa profundidad, también lo hace su temperatura (unos 3º C cada 100 m), llegando a alcanzar los 120º C a 4.000 metros, donde encuentra las calizas impermeabilizantes que le impiden seguir descendiendo, por lo que crean un acuífero, desde donde busca el agua su salida natural, como es el caso de las Pozas de Arnedillo, donde a lo largo de unos 150 metros por la margen izquierda del río Cidacos, surgen estas aguas a una temperatura constante de 49º C, en cantidad de 20 l/s.

Establecimiento termal
            Al margen de estos, podríamos decir, baños públicos, está el establecimiento termal, que explota las aguas desde 1847, y que según reza en su web, “… debemos pensar en la existencia de una falla que hace descender las calizas del jurásico a gran profundidad…, el agua de lluvia de Cameros desciende hasta 4.000 metros, y tras aumentar su temperatura asciende por dicha falla, brotando a una temperatura de 52,5º C a los pies del balneario. Las aguas del manantial de Arnedillo son de carácter minero medicinal e hipertermales, clasificadas como clorurado sódicas, sulfatado cálcicas, bromuradas con iones de magnesio, hierro, silicio, litio y rubidio”.

            Aparte de la riqueza, tanto económica como ecológica, que pueda suponer tener este verdadero tesoro, estamos en una de las zonas más deprimidas de La Rioja, con inviernos duros y estíos secos, y eso es algo que se ve nada más echar un vistazo a los montes. Unos montes que han albergado estos días nuestras zapatillas, verdaderamente con ganas de subir y bajar, con ganas de monte en definitiva, y varios son los recorridos que hemos hecho, algunos de ida y vuelta.



            Arnedillo a través de sus miradores. Quizá la ruta más cercana y más accesible. A distintas alturas, tenemos los dos miradores del Gurugú. Al más bajo se puede llegar desde el balneario o desde el puente de la Inmaculada. Se halla sobre el cauce del Cidacos, desde donde se divisan las peñas que cierran el valle por poniente, el casco urbano del pueblo, y la zona de huertos junto a las fuentes públicas, así como las instalaciones balnearias. Desde el segundo todo toma una nueva perspectiva. Ambos con un moderno tejadillo. Se puede hacer una circular atravesando un barranco sin perder altura, para subir al del Corazón de Jesús, desde donde divisamos además el barranco de las ermitas. Apartado de esta ruta, junto a la Vía Verde, se halla el Mirador del Buitre, centro de interpretación ambiental, desde donde se puede seguir el comportamiento de la colonia de buitre leonado, y que obtuvo el Primer Premio 2002 “Turismo Sostenible en Espacios Naturales Protegidos”, concedido por Europarc-España. Un verdadero placer trotar por todos ellos, de la cara y del revés.



            Las ermitas protectoras. Camino que podemos hacer circular. Para ello, salimos del Puente de Piedra, a los pies de lo que queda del viejo castillo, probablemente del siglo X, con funciones de vigilancia y defensivas entre la cuenca alta del Cidacos y la tierra de Arnedo. Fue residencia del obispo de Calahorra y se dice que cárcel de clérigos rebeldes. Comenzamos por la de San Andrés, del siglo XVIII con vestigios barrocos, para seguir por buen camino, ascendente, pero poco exigente, hasta meternos en el barranco, donde ya se empieza a empinar aquello. Últimos restos de la vida pastoril nos acercan a la de San Miguel, reconstruida sobre una anterior del siglo XVI. Antes de alcanzar la siguiente ermita, pasamos junto al nevero, uno de esos pozos en los que antiguamente conservaban las nieves para ir administrándolas para uso doméstico. Nuestros pasos dejan ya atrás la Peña del Castillo, para situarnos debajo de Peñalba, junto a su ermita, que data del siglo X, y que a pesar de tener incoado un expediente como Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Monumento, desde 1979, languidece haciendo funciones de corral. Merece la pena llegar hasta aquí para contemplar la vista panorámica que nos ofrece, y que lo hacemos en las dos direcciones. La vuelta, por la nortada de la Peñalba hasta alcanzar la Vía Verde.



            Zopín, el vigía eterno. El congosto de Arnedillo está vigilado por esta punta menor, pero destacada en el paisaje, y la Peña del Castillo. Se puede acceder a él por las bodegas, pero también desde la explanada de las auto-caravanas. Tras un intento infructuoso debido a la mala conservación de los senderos, lo intentamos de nuevo. Para conseguirlo, los últimos pasos han de ayudarse con las manos. Finalmente, abrazamos la cruz de su cumbre, haciendo la vuelta por los montes a poniente de Peñas Altas, para salir a un collado pasada la cantera, por cuya carretera nos volvemos plácidamente hasta casa.



            La ruta del aroma. En la salida de Arnedillo dirección Soria, se encuentra una carretera que, en 6 kilómetros de una subida sin piedad nos sitúa en una cantera, hoy en desuso. De Antoñanzas, se llama, ya que está próximo el pueblo abandonado del mismo nombre, y que vamos viendo conforme vamos ganando altura por entre corrales en uso y viejas parideras en ruinas, comiéndose las curvas de nivel de una forma desaforada. En llegando a esta mina a cielo abierto, tenemos otros alicientes que compensan su visión. Por ejemplo las vistas panorámicas, por ejemplo la soledad, por ejemplo el tener a nuestros pies una sucesión de barrancos aterrazados que guardan en sus entrañas tantos y tantos años, tantos y tantos esfuerzos por sobrevivir, y que ahora fagocita la propia naturaleza del terreno. Y por ejemplo, lo mejor de todo, un inmenso mar de jaras que hace las delicias de nuestros sentidos, especialmente el del olfato. La mayor y mejor catedral incensada con el mayor y mejor incienso palidecen ante el aroma de esta humilde planta que nos hace estar en el verdadero templo, rindiendo el verdadero culto. Y no sólo jaras, también romeros, tomillos y espliegos nos dan un auténtico recital para nuestro olfato, que excitado por el cansino trote, capta a manos llenas. Seguimos, ya por pista forestal hasta un collado, donde una señal que nos indica a Arnedillo nos hace cambiar de idea para volver. Pero no por mucho tiempo, ya que llega hasta unas viejas ruinas pastoriles y se pierde, o no encontramos su continuidad, que para el caso es lo mismo. Lo que sí hallamos es una estrecha senda junto a la valla de la cantera, que por empinado desmonte nos deja de nuevo en la carretera, y ya con larga sombra como compañía, que en seguida se funde con la de los montes, volvemos de nuevo al balneario. Hay que volver, sin duda.



            Que no son gigantes, mi señor. Los dos tenían razón, porque en realidad sí lo son. Estamos hablando de una infinita hilera de aerogeneradores que sólo la idea de alcanzarlos cansa nuestras piernas, y que se van viendo al poco ya de iniciar esa carretera de la cantera. Pero otro día lo conseguimos. El truco está en partir desde la misma cantera. La soledad se viste de monte, de monte de jaras. Sí, las mismas que algún día antes se quedaron con nuestra pituitaria. Hoy venimos a por ella, pero nos puede, la seguimos dejando aquí. Por entre inmensas laderas de jaras y otras peladas para pasto, nos llegamos hasta esos molinos que rompen el aire y que asusta estar entre ellos. Solo entre ellos. El zumbido que originan es verdaderamente inquietante. Atalaya desde la que avistamos el dominio de Logroño, antes de meternos entre frondosos bosques de pino en la solana y hayas y robles en el paco.




            Cruz Encineta (1.104 m) y Peñalmonte (1.276 m). En esta ocasión, acompañamos al amigo Cayo a patear estos montes en sus prospecciones de fósiles. Nos viene bien tras ocho días ininterrumpidos de salir a trotar. Margen izquierda del barranco de las ermitas para ir subiendo cabezos sin piedad, hasta dar a la zona objeto de sus búsquedas, que está equidistante entre las antenas y Peñalmonte. A cuál ir?, bueno vamos a las primeras. Al poco de dejarlo salimos a la pista, que en dirección poniente nos lleva hasta la cima de la Cruz Encineta (1.104 m), coronada por un vértice geodésico. Repleto de antenas está el lugar, que se asoma al tramo de cauce del Cidacos donde se asienta Arnedillo. Volvemos sobre nuestros pasos hasta el collado, y como se nos antoja pronto, nos dirigimos hacia Peñalmonte, con la única intención de dirigirnos hacia Peñalmonte. La soledad del monte se
viste de aliagas, de tomillos, de romeros, de espliegos, mientras los fuertes vientos con capa de espesos nubarrones maridan en el espacio, buscando cobijo en las pocas carrascas que quedan en este monte. Al llegar a la base del pinar, mientras que la cabeza está diciendo que hay que volver, los pies se arrancan a tomar el camino, que señalado como PR ribetea el bosque por fuerte pendiente de piedras hasta llegar a las llanuras cimeras que se cortan en vertiginoso roquedo que se aúpa sobre la vega del Cidacos a 1.276 metros de altitud, 600 por encima del pueblo. Y poco más, dejamos que lo que le queda a la tarde lo pase por estos solitarios lares, con la única compañía de una camada de buitres merodeando, y vamos en busca de Cayo, para bajar por la ermita de Peñalba y de nuevo por el barranco de las ermitas hasta Arnedillo. Una tarde. Un placer.


          Y así se han ido pasando los días, entre aguas, barros y cuidados. Entre la compañía de viejos conocidos y otros recientes, por estos montes de La Rioja baja. Montes de olvido y soledad. Montes dejados por el hombre y tomados por la naturaleza. Montes de los que nos vamos muy gozados, y con ganas ya de volver.

2 comentarios:

  1. ¡Jo Chema!, habrá que ir por ahí. Aunqye la verdad, to me apunto al quinto elemento...

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  2. Tú sí que eres un quinto elemento, tú. Gracias por el comentario.

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