lunes, 13 de octubre de 2014

Bailando con buitres

IXOS MONS
La Cruz de la Peña del Castillo (920 m)
Martes, 7 de octubre de 2014



           Estas tierras nos atraen. No sabemos explicarlo. Nos atraen. Nuestra estancia por estos lugares nos inspira que debemos corresponder a todo lo que de ella recibimos. Una estancia que siempre aprovechamos, y no sólo para los tratamientos termales que nos ofrece, sino para visitar el terreno, para darnos una vuelta por sus montes y comprobar que no son tan distintos a los que nos son más familiares. Es realmente gratificante el acariciar sus lomas, el subir a sus altos, el bajar al fondo de sus barrancos, andando, trotando. Una tierra, la tierra, que como todo ser vivo se muestra alternativamente en los dos géneros. Es masculina cuando da, y es femenina cuando recibe. Cuando la visitamos, asistimos a ese gran milagro de la Creación, porque también nosotros damos y recibimos. Es la verdadera Comunión, en el verdadero Templo.

Comienzo del exiguo sendero
            Cuatro cruces tiene este pueblo en sus altos. Una por punto cardinal. Conocido es. Unas más altas que otras. Unas más lejos que otras. Todas fáciles de alcanzar, es cuestión de pateo. ¿Todas? No. Todas, no. La Peña del Castillo, no vamos a decir que es infranqueable, porque no lo es, pero sí es de esas que impone respeto. Las laderas más fáciles en apariencia parecen imposibles, pero de una u otra forma confiamos en que no se nos vaya a resistir, tenemos pendiente un abrazo con esa cruz que la corona, y no creo que esté dispuesta a negárnoslo.

Pendiente e incómoda pedrera
            El año pasado, que visitábamos por vez primera estas tierras, al preguntar a un paisano por dónde se subía, la respuesta que obtuvimos fue que “ni se te ocurra, que ya había habido algún muerto”. Entonces nos quedamos con esa copla. Esta vez pasada, la segunda, lo intentamos por su vertiente oriental, y tras besos y abrazos de las barzas, llegamos hasta la misma base de la roca, no mostrándose tan difícil. Desde luego, a cuatro patas. Pero el desconocimiento de lo que nos fuéramos a encontrar más arriba, y la siempre más difícil bajada destrepando, nos hizo entrar en razón, prefiriendo volver a dejarnos abrazar por el zarzal antes que meternos en una más que probable embarcada.

Nunca un hito ha dado tantas alegrías
            Pero hete aquí que venimos de nuevo. Y que de nuevo también acariciamos la idea de subir. Volvemos a preguntar a otro paisano… y no hay nada mejor que contrastar información. Nos da indicaciones de por dónde se toma el sendero... que sí, que lo subió de joven, nos dice. Un sendero que sube por esa ladera que parecía imposible dada su inclinación. Un sendero, que si existe es que se ha recorrido, y lo vamos a seguir haciendo. Ahí vamos.

... y por fin...
            A poco más de cien metros de la ermita de San Andrés, y antes de terminar el vallado de madera que protege al caminante del precipicio hacia el río, sale a la izquierda el que de los varios que encontramos parece el más indicado. Entre matorrales no pastados hace tiempo, y rocas de varias naturalezas, comienza este escondido sendero, que sin pedir permiso a nadie se va empinando, anunciando lo que nos espera. Nos encamina a una especie de embudo, que superándolo, en 10/15 minutos más nos sitúa en la base de una estrecha e inestable pedrera de penoso, muy penoso ascenso, que sin lazadas, sin cuartel, sin indicaciones, sin hitos, pero con confianza y paciencia vamos subiendo.

Arnedillo, desde la Cruz
          En poco más de media hora, pero que se nos han hecho varias enteras, se produce el milagro. Un milagro en forma de montón de piedras. Un milagro en forma de hito. El único que veremos en todo el recorrido, pero que ha sido providencial para no equivocarnos de canal… porque de la cruz ni rastro visual. Está en un sitio muy oportuno para cruzarse a la canal de la izquierda, que a partir de aquí se abre. Nos cuesta llegar a él. Lo hacemos mediante una corta travesía horizontal entre matorrales sin y con pinchos, que nos indican que le verdadero itinerario puede ser otro, muy cercano al que hemos traído, pero por el que nos hemos metido al estar limpio de vegetación y haber visto huellas entre las piedras. Bien, a la bajada veremos si estamos en lo cierto.

Desfiladero sobre el Cidacos
            Dejamos a la izquierda un resalte rocoso que desafía el espacio. Primeros buitres que sentimos cerca. Seguimos subiendo adivinando el sendero. Efectivamente, no hay más hitos. Unas lajas de caliza, con una cierta inclinación, nos hacen dudar, pero insistimos y las superamos con el único temor de cómo haremos para bajarlas. Seguimos sorteando piedras, matorral… y a los cuarenta minutos de ascensión se nos presenta la cruz ante nuestros ojos. Una sensación indescriptible recorre el cuerpo, que para llegar a ella media una inclinada ladera herbosa, que hace de ancha cresta a dos aguas. De auténtico vértigo, especialmente la que cae al norte, sobre la vía verde y el río, que lo hace a tajo, con unos 240 metros de caída libre. Cuatro pasos bien afianzados y llegamos a ella (920 m).

Bailando con buitres
            A ésta no le ha llegado la pintura blanca, y es fácil comprender el por qué. P de pintura, que no nos ha acompañado. Pero sí han sido otras tres, prudencia, paciencia y pundonor, las que lo han hecho en este viaje para conseguir abrazar esta cruz que nos faltaba. La cruz del este. La más inaccesible. La más codiciada. Tras más de doscientos metros de prominente desnivel con una elevada inclinación. Se nos saltan las lágrimas. Ha merecido la pena. Nuestros pensamientos se van a donde quieren. Déjalos. Nosotros, quietos, y bien quietos. Nuestra vista se mece en el aire, donde los buitres se valen de la ley del mínimo esfuerzo para llenar el espacio, dibujando círculos favorecidos por las térmicas que los elevan una y otra vez.

Bajando
            Nos mentalizamos de que el descenso hay que hacerlo como las Muñecas de Famosa. Nos mentalizamos de que igual nos cuesta más que la subida. Con pies de plomo acometemos la bajada. Llegamos a las esperadas lajas de piedra, que bajando nuestro centro de gravedad atravesamos sin mayores problemas. Llegamos al hito. Llegamos al momento en el que hay que decidir si continuamos por donde hemos subido o por el otro posible sendero. Sí, lo hacemos por el otro, más a la derecha, mucho más vestido, pero por menos piedras. En la cota 790 se juntan ambos, y ya mucho más confiados seguimos bajando. Confianza que nos da para poner algún hito más. Embudo, unos pasos delicados debajo, y ya estamos en el camino de la ermita.

            Un mito que ha caído. Ya nos tratamos de tú. Muy poca distancia, no llega a 4 km. Muy poco tiempo, 2h 20’. Mucho menos en movimiento, 1 hora, lo que da idea de la inclinación. Y lo que también da una idea es la poca diferencia entre el desnivel máximo (285 m) y el acumulado (320 m). Hoy no nos hemos enfrentado a largas distancias, ni a grandes desniveles. Hoy nos hemos enfrentado a unos fantasmas que no hemos dejado crecer. Un verdadero placer.



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