martes, 2 de diciembre de 2014

Por la muga de Cameros

IXOS MONS
Peña Saida (1.370 m)
Domingo, 30 de noviembre de 2014



            Tierras de Cameros. Síncopas del terreno que se alternan para no cansar la vista del caminante. Grietas de la historia, del origen de los tiempos, que poco a poco, y sin pedir permiso, han ido modelando este territorio por entre sierras y valles, por montes que desafían a los vientos y  hondas gorgas por las que circulan las aguas que desde la Ibérica se van abriendo paso entre calizas y conglomerados hacia tranquilas tierras ribereñas del padre Ebro. Un Ebro al que rinden cuentas, y al que desaguan y donde se desahogan de un sentir que arrastran por terrenos no siempre bien tratados por la historia. Montes y agua, historia y territorio, todo se da la mano en estos lugares de humildes cotas, pero con carácter.

Viejos viñedos que se protegen del tiempo
            Hoy, nos alejamos de los escenarios habituales pirenaicos para acercarnos, con los amigos riojanos de Sherpa, a sus dominios, en concreto a la Sierra de Cameros, y auparnos a uno de sus montes, a la Peña Saida, que con sus 1.378 metros de altitud se erige en una extraordinaria atalaya sobre dos de estos valles creados con el paso del tiempo por los ríos Iregua y Leza, entre cuyos pliegues y repliegues se conservan rincones poco conocidos a pesar de estar muy cerca de Logroño, capital de La Rioja. Una jornada precedida por otras varias en las que no ha hecho otra cosa más que llover, y cuando se cansaba de ello lo hacía con más fuerza. Una jornada, por la que no se daba ni un duro. Una jornada, decimos, que ha echado atrás a algunos de los excursionistas, pero que no a otros, que hemos querido ir a plantar cara al tiempo y a rendir culto a la montaña. Bien, empezamos.



            Estación de autobuses. Ocho de la mañana. Tregua, débil tregua de lluvia. Y tan débil. Nos dirigimos hacia Nalda, que nos recibe con una niebla cerrada, una niebla que quiere participarnos de sus quehaceres, de ese persistente calabobos que confiamos en que se le pase. Pertrechados entre ropas de agua y buenas esperanzas de que no sean muy usadas, aunque de momento lo son, nos ponemos en marcha por las desérticas calles de esta localidad hasta que vamos alcanzando ya terrenos de huerta, terrenos de viñas, terrenos de monte con cuerpo de otoño y alma que languidece entre las hojas del tiempo.

Viviendo intensamente
            Tres cuartos de hora median para llegar a un abrevadero en donde nos vestimos de bosque y por un empinado sendero, abrazados a un barranco, se nos va desgranando un delicioso recorrido que paso a paso vamos degustando visualmente, aunque no todos, porque llevamos entre nosotros a Lourdes y Toño, dos habituales cuyas carencias visuales seguro que se suplen a base de leer el entorno de otra manera, y que pegados al terreno a través de sendas barras acompañados de dos voluntarios cada uno, también gustan del disfrute de nuestro paso por la montaña.

Sendero Bonito... y tanto
            Sendero Bonito le llaman a este tramo de bosque, que si bien es poco original ciertamente hace justicia. Una hora de verdadera delicia. A su salida, observamos que las temperaturas más elevadas del fondo del valle van empujando hacia arriba esas persistentes nieblas, ofreciendo mayor campo visual sobre el Iregua primero y las llanuras de su padre, el Ebro, a continuación. Placer intermitente. Seguimos subiendo por empinado y sinuoso camino, hasta culminar en unos llanos que nos permiten agruparnos. Los cambios térmicos y los vientos en altura hacen que despabile la mañana. Ya no llueve, y la ropa de agua se hace insostenible. Esos llanos se tornan subida, y por entre tomillos y chinebros, dejamos que una vaguada nos vaya encajonando hasta el collado del Viso, que nos da acceso ya, tras tener que remontar la prominencia cimera, a la Peña Saida, una de las mayores alturas de esta sierra del Camero Viejo. Momento niebla que nos impide su disfrute. Estamos en un cerro calizo, a 1.378 metros, y no es la mayor altura prevista para hoy. Llegan también los equipos de las barras, cuyos protagonistas también ven con sus manos ese vértice geodésico y ese buzón de cumbre. Bocado y trago.


Dolmen en Cerro Palomero
          No hace muy buen estar, de modo que abandonamos esta cima para ir bajando ya dirección SW en busca de unas llanadas que no aguantan ya más agua, y por las que hemos de circular con cuidado para no fartarnos. Subidas y bajadas que nos hacen vadear el Rebellón, El China para los lugareños, que con sus 1.348 metros de altitud es otra prominencia rocosa menor. Por terreno parcialmente pedregoso, vamos burlando la pista de Viguera a Luezas, discurriendo por terrenos otrora habitados por nuestros antepasados de la época neolítica, que tuvieron por estos lares, conocidos como Cerro Palomero (1.288 m), sus asentamientos. De ello dan buena prueba los restos megalitos en forma de dólmenes, cámaras funerarias y demás elementos que han pervivido hasta nuestros días en relativo buen estado de conservación. En uno de ellos, nos cuenta Isidro que fueron encontrados restos óseos en los que se detectaron indicios de que su poseedor hubiera padecido cáncer. Estamos hablando de hace como 3.700 años. Mucho tiempo para una enfermedad cuyo crecimiento exponencial está producido en nuestros días por la mala alimentación y los malos hábitos de vida, muy alejados del modus vivendi de nuestros antepasados, y para la que la actual humanidad no termina de dar con su definitiva curación, y a la que hay que atajar por la vía de la prevención.



El dioico acebo
            Piedras, grandes piedras que han sabido leer el tiempo, son abrazadas por nuestros amigos barrados que saben leer en ellas. Nos vamos de aquí para alcanzar Chozo Blanco, una singular cabaña protagonista de una pequeña y vallada finca, y que hace de punto de inflexión, porque desde aquí nos tendríamos que dirigir ascendiendo por un cordal a la base del Cerroyera, lugar más alto de toda la travesía con sus 1.406 metros, pero la indecisa niebla se ha decidido, y lo ha hecho por nosotros, de modo que no vemos mucho sentido en llegarnos a él y acometemos el descenso.

Roble entre carrascas
            Por entre viejos bancales colonizados por chinebros y bojes, tomillos y acebos, y también carrascas, robles y hayas, que todos son bien venidos y bien hallados, vamos bajando hasta el fondo de este llamado Arroyo de Madre, cuya subida por la otra vertiente nos va a deparar precisamente esa vista madre de hoy. Vamos a ser testigos de lo en pocas ocasiones visto, y considerado como el mayor salto de agua de La Rioja, el Chorrón de Viguera, que con sus más de 60 metros de altura es la solución que la naturaleza aporta para salvar esta espectacular verticalidad del terreno. Es la raya caliza de Peña Puerta, cuya testa colgada a 150 metros desafía la gravedad, y cuyos pies se repliegan hacia sí para no verse salpicados por esa caída de agua. Un amplio circo que forman estas montañas y que tienen que esforzarse para no dejarse afear por las cicatrices de unas viejas canteras de yeso que muestran sus faldas.



La magia de sentirse mago
            Un poco más de subida y enseguida atravesamos un tramo en el que nos dejamos abrazar por la vegetación que va descargando agua sobre nosotros. Un corto llano que nos mete en la vaguada de la Barga, que nos acoge para echar otro bocado. Todo ello para ir acercándonos a la bella panorámica del Castillo de Viguera, una singular formación rocosa de conglomerados, esos detritus de fondo marino que unidos por el  cemento calizo se erigen guardianes del valle, y que altivos ven pasar el Iregua a sus pies. Dicen que es inexpugnable, salvo por una fisura, que ya nos guiña el ojo. Mensaje recibido.

Caminos de otoño
            Nuestro descenso se dirige ya decididamente hacia el destino, hacia la meta de hoy, y tras abandonar unos bancales nos topamos con esa Vía Romana que va a Torrecilla en Cameros. No en vano, Viguera fue la Veccaria romana, capital de un reino levantado entorno a un castillo que el propio Abderramán I erigiera en el siglo VIII. La dominación musulmana sucumbió en el X, cuando Sancho Garcés lo conquistara para Navarra. Estas y otras cosas nos cuenta este itinerario pintado de morado y blanco, que nos acerca ya hasta esta población, fin de la extraordinaria travesía de hoy.

Via Romana
            Una travesía muy currada por Isidro, y que nos ha hecho disfrutar por lo que ha sido y por lo que no ha sido. De los 21,9 km iniciales, al no subir el Cerroyera, se ha visto reducida a escasos 19, cuyos 1.200 metros de desnivel positivo acumulado, se han quedado en apenas 1.100. Le hemos metido 7 horas, de las que cinco y cuarto han sido en movimiento, habiendo arañado como una hora en el recorte. Una muy buena forma de terminar la semana y el mes, que dan paso a otra semana y a otro mes que comienzan con la triste noticia del estado de gravedad de un destacado miembro de esta sociedad montañera, Toche, para el que desde aquí deseamos una rápida recuperación, para que ni sus compañeros, ni sus montañas lo echen en falta.




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