miércoles, 14 de enero de 2015

Albarún, entre dos aguas

IXOS MONS
Albarún (1.551 m)
Domingo, 11 de enero de 2015


            No nos vamos a dejar amedrentar por un amago. ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Tantas veces ha venido ya, y era un cordero disfrazado. Pues hoy no vamos a hacer caso, vamos a guardar la atención para otra ocasión que pinte peor, porque claro, en un potaje de buenos garbanzos, por uno malo que salga no se va a estropear el cocido, o por lo menos, no se lo vamos a permitir. O al menos, lo que sí vamos a hacer es no ponérselo fácil, de modo que en lugar de ir por donde parece que va a llegar el flequillo de este despeinao, vamos a tomar un poco de perspectiva, para verlo de lejos. En definitiva, que no nos quedamos en casa, pero un poco sí que nos guardamos.

            Nuestro objetivo de hoy, la sierra de Baraguás, y más concretamente su máxima cota, el Albarún, visitado recientemente en una mañana de locuras trotonas. Este cordal, paralelo al eje pirenaico, orienta su paco a La Garcipollera y sus valles interiores, y su solana a la divisoria de cuencas de la Balancha, a todo ese espacio que rinde bien al Gállego, bien al Aragón, y que alberga varios núcleos rurales repartidos también entre  Sabiñánigo y Jaca.

Rincones de Villanovilla
            Elegimos subir por el paco, por la cara norte, y lo hacemos desde Villanovilla, único pueblo vivo de este valle de La Garcipollera, que ve pasar las aguas del río Ijuez sin verlas, con ojos que miran sin mirar, hundidos en su agonía; con resecas lágrimas sin llorar, lágrimas de dolor, de rabia; con la palabra en la boca, con la despedida en los brazos; con un corazón ajado, con un coraje vestido de pino repoblado, uniformado, que retiene unas tierras sin pastar, unos pastos sin rumiar; en una memoria que sí que recuerda. Aún recuerda. Había que hacer un pantano… y se hizo. Había que abandonar unos pueblos… y se abandonaron. Había que echar a unas gentes… y se echaron. Y había que sacrificar a todo un valle para que sus aguas no arrastraran sedimentos y colapsaran al coloso… y lo hicieron. Pues todo eso, aun siendo mucho, aún es poco. A vueltas andan queriendo subir más y más ese criminal muro de cemento que se está comiendo tres veces ya su presupuesto, dividiendo territorios, dividiendo gentes, dividiendo sensibilidades. Pero claro, cuando no se tienen…

Albergue
            Por dónde íbamos. Ah, sí, por Villanovilla. Aunque no se consiga tras generación y media ya, para muchas gentes de la montaña, la década de los sesenta del siglo pasado fue para olvidar. Bergosa, Bescós, Yosa, Villanovilla, Acín, Larrosa, Cenarbe, y no sé si nos dejamos alguno de este valle y contiguos, fueron desalojados. Sus gentes marcharon, sus chamineras apagaron, y sus muros cayeron. Todos vendieron. Todos, excepto Villanovilla, que a pesar de quedar despoblado, los dueños mantuvieron sus propiedades, lo que les ha permitido desde hace ya unos años el eludir los tediosos y eternos trámites de reversión y volver. Volver a sus tierras, volver a sus casas, o a lo que eran, y rehacerlas, siendo un vivo ejemplo de tenacidad y de supervivencia. A la nada lo condenaron, y de la nada ha surgido. Ya lo siento, me he vuelto a perder.

Alfombra acristalada
            De Villanovilla pues, salimos en una mañana algo despistada porque se siente maltratada por ese cambio de tiempo anunciado. Con lo a gustito que estaban estas mañanas con nosotros, cómo viene ésta de alborotada. Pasamos de puntillas el pueblo, y seguimos por la pista, que recorre el barranco de Fenils, que aún conserva algún tramo helado… y bien helado. Tras unas cuantas vueltas y revueltas, llegamos al collado de Las Candeleras, donde seguimos por la pista que va coronando la sierra. Hasta aquí poco más de una hora. Justo enfrente, sale la que baja hacia Baraguás.

Camino a la cumbre
            Aunque sigue el fuerte viento, al salir al sol el ambiente se caldea. Vamos pellizcando esta loma, con vista a dos aguas, y por duras rampas vamos en dirección poniente decididamente hacia nuestro objetivo de hoy. Pasamos por La Contienda, una amplia explanada con restos de un antiguo yacimiento de gas, y seguimos hasta alcanzar el Albarún, que con sus 1.551 metros de altitud, es la cima de esta sierra. Cuarenta minutos más desde el collado. Una cima ésta que se ha vuelto más amable, porque hasta hace un tiempo era muy celosa, no permitía que tuvieras ojos para otras, sólo para sí, ahí estaba, siempre metida en sus asuntos, sin comunicación con ninguna otra. Unas limpias forestales la han sacado de su pertinaz autismo, y ahora sí, ahora se sube con mejor gana, porque aunque sea a ella a quien visitas, aunque sea ella la protagonista, ya admite actores secundarios.

Aire, agua, tierra, sol. Turbulencias
            Un cuarto de hora es lo que estamos, lo que nos cuesta echar un bocao al cuerpo. No da para más el mal tiempo que vemos encerrado en los puertos del norte, unos lobos que vemos acechando ahí y que alargan hasta nosotros sus zarpas. Marrón lo tenemos, pero parece que para pocas horas. Con las mismas, pues, emprendemos el regreso exactamente por el mismo sitio, y en lo que se refiere hasta la llegada al collado, con más motivo. Y no es uno, sino varios. Varios son los valientes hombres con escopetas, apostados, esperando a que otros, o los perros, no sé cómo va esto, les echen sus esperados trofeos de caza. –“No os salgáis del camino”, dicen. No, desde luego. Al llegar al collado vemos un engañoso cartel de aviso de las batidas, que comienzan a las 8 de la mañana. Y decimos engañoso, porque a las 9:35 que hemos pasado de subida, no estaba. Sí, habéis entendido bien. Yo, cazador, vengo a la hora que se me canta, pongo el cartel indicando que desde las 8, y si hay alguien ya dentro del campo de tiro, con decirle que no se salga del camino… Ellos estaban a la espera desde el solano, y nosotros bajábamos hacia el paco… y si hubiésemos coincidido?… O es que igualseguimos en los tiempos de aquél que decía aquello de que “… la calle es mía…”, pero también el monte, y con escopetas. Una pena.


            En fin, que después de calentarnos con los pueblos por un lado, y con esta gente por el otro, llegamos a dar con los huesos de nuevo en Villanovilla, que bien vale una visita por sus calles para contemplar sus arregladas casas, porque sí, nos hemos calentado, pero no nos hemos cansado. Han sido 15,5 km en 3h 45’ de actividad, de los que 3h10’ han sido en movimiento, para salvar 750 metros de desnivel, con más de 900 acumulados, en una mañana de transición, en una mañana de sentimientos encontrados.



  

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