martes, 27 de septiembre de 2016

Valdemadera, el techo de Algairén

IXOS MONS
Valdemadera (1.272 m)
Martes, 27 de septiembre de 2016



            Al suroeste de una tierra llana, protagonizada por inmensos viñedos, y compartida con la vecina comarca de Valdejalón, está la sierra de Algairén, que en otras ocasiones ya hemos visitado, y la sensación que tenemos, es como si hubiéramos dado vueltas a la tarta sin subir a la guinda. Pero eso ha sido hasta hoy, porque ya no podemos decir lo mismo. Hoy, finalmente, nos hemos comido la guinda de la tarta de esa sierra, de ese verso suelto del Sistema Ibérico. Hoy, partiendo del Santuario de Nuestra Señora de las Viñas, hemos subido al pico Valdemadera, que con sus 1.272 metros es el techo de esta sierra. Un monte que se debate entre el resto de compañeros orográficos y los extensos viñedos de Cariñena y comarca. Un monte que carga a sus espaldas con unos pedazo de antenas que harán mucha falta para el desarrollo de la actual vida de las telecomunicaciones, pero que visualmente dañan al más insensible de los ojos que sobre ellas se posan desde los cuatro puntos cardinales a muchos kilómetros de distancia. Un monte, sin embargo, que se ha mostrado dulce, suave, amigable y al que hemos subido acompañados por el amigo Rodrigo, del China Chana, de Alfamén, muy conocedor de estos caminos.

Santuario de Nuestra Señora de las Viñas
Cruce con el GR 90.3
            Situados en Aguarón, a unos 3 km en dirección a Codos, nos encontramos a mano derecha el desvío que nos lleva al Santuario de Nuestra Señora de las Viñas, donde dejamos el vehículo. Retrocediendo por la estrecha carretera asfaltada unas decenas de metros, hasta el cruce del GR 90.3, lo tomamos en dirección a Tobed. Se cruza la carretera de Codos y sigue el ancho camino entre carrascas y jaras. Aunque no lo vemos debido a lo tupido del bosque, estamos en el barranco de Valdemadera, entre éste y la carretera de Codos que hemos cruzado, y a la que salimos, teniendo que andar a su vera como unos 350 metros, para en una curva a la izquierda, y sin señalización, tomar enfrente una senda que sale, y que nos vuelve a meter en el bosque, por piso cómodo y bien acompañados de arbolado.

El bosque mágico

Collado de Valdecerezo, con el Espino y Sangarba al fondo
          En el collado de Valdecerezo ya damos vista al resto de sierra, que hace muga con Alpartir. Distinguimos el Espino y el Sangarba, con su roquedo, que fueron visitados hace unos meses. Giramos a la izquierda, enfilando ya la subida hacia nuestro objetivo de hoy, que se nos muestra ya más cercano. El último tramo antes de salir a la pista cimera, está muy erosionado por el paso de motos. Una vez ya en la pista, el acercarse a la cumbre de este monte es cuestión de unos minutos. “Que no son gigantes, mi señor”, como diría Sancho Panza, que son antenas de telefonía. Sí, pero gigantescas, que privan de poesía a este monte con sus espectaculares vistas a los cuatro costados. Un vértice geodésico, como testigo de lo que un día fue este monte, se yergue avergonzado junto a la enorme alambrada que circunda los gigantes de la telecomunicación.

Nos aproximamos al objetivo
Mirador de Valdemadera
            Bien se vale que en dirección al mirador de la Falaguera (PR-Z 43) apenas se ven trazas de un SL que nos conduce al mirador de Valdemadera, donde podemos volver a degustar las extensas vistas sobre las tierras que ocupan el arco nordeste, con tierras de Valdejalón y del Moncayo por un lado, y todas las llanuras vinícolas por otro. Volvemos a la pista, y en poco ya tomamos un sendero a la derecha para meternos de nuevo por el bosque, que primero nos enseña las ruinas de un pozo nevero, y luego nos baja por preciosos rincones entre carrascas vestidas de líquenes, que le confieren un aspecto mágico. Salimos a un ancho camino, que a la izquierda nos llevaría al Raso de la Cruz, y a la derecha nos lleva ya hasta el punto de partida, habiendo pasado antes por el cruce donde sale el sendero que conecta con el GR 90.3 en el collado de Valdecerezo, por donde hemos pasado a la subida, y por otro rincón que más cuidado luciría mejor, se llama Sitio del Emparrado.

Sierra de Algairén
            Una mañana muy bien empleada, dando una vuelta por lo más alto de esta callada sierra, por donde hemos dado una bonita circular de 9,6 km, entre GRs, PRs y SLs, empleando 2h 45’ de tiempo total, del que 2h 20’ han sido en movimiento, para salvar en torno a 640 m de desnivel acumulado D+, en buena compañía.



domingo, 25 de septiembre de 2016

Corona de Gamueta, sus perlas y abismos

AQUERAS MONTAÑAS
Gorreta de los Gabachos N (2.270 m)
Foya de Gamueta (2.308 m)
Chinebral de Gamueta (2.329 m)
Sábado, 24 de septiembre de 2016



            Los nombres dicen mucho. En este caso, Chinebral y Gamueta, hacen clara referencia a dos especies vegetales de fácil deducción. Por un lado, chinebral, o ginebral, derivan de enebro; y gamueta, de gamón, también llamado asfódelo. Y Chinebral de Gamueta es el nombre que le han dado al punto más alto de esta corona que forma su circo, que por su vertiente sur presenta su cara más amable, más suave, más accesible, y por el norte su verticalidad más absoluta y abismal. Esta cima, con sus 2.329 metros, no sólo es la más alta, sino que es la que cierra por poniente esta cresta que tiene vértigo de sí misma, y que para llegar hasta ella hemos compartido esa mezcla de temor y disfrute, como hace ella, desde el mismo collado de Gamueta, pasando antes por la Gorreta de los Gabachos Norte y por el pico de la Foya de Gamueta, que se empina para contemplar esa foya, esos agujeros que el barranco hace en sus inicios, a pie de circo. Un mundo duro, rabiosamente calizo, que hoy nos ha acogido a diez mayencos, cuyo calendario de actividades nos ha hecho recalar por estos lares, que siempre nos gusta visitar para el otoño.

Despertar del Maz
            Como casi todos los montes, también estos se pueden abordar desde varios flancos. Hemos elegido recorrer todo el barranco de Gamueta, comenzando por su zona boscosa, para subir hasta el collado y adquirir la vista a dos aguas cresteando hasta el punto más alto, y bajar por su herbosa y cómoda loma hasta adentrarnos en el bosque de nuevo, y por el Salto del Caballo llegarnos hasta el refugio de Linza, donde nos espera el buen yantar.

Arranque de una nueva jornada de montaña
Gorreta de los Gabachos y Anzotiello
            El sol dando una pincelada en la cumbre del Maz. Las ocho de la mañana se quedan con la fuente de los Clérigos. Nosotros nos adentramos en el barranco, un barranco que nos recibe con unas nieblas a ras de suelo, que le dan un ambiente misterioso de arranque, que complementa nuestro discurrir por el bosque. Sin apenas darnos cuenta, el camino nos va dando un giro hacia el sur, dándonos vista hacia esa sierra de Quimboa. Pronto se van haciendo patentes los gigantes del lugar, ocupando su posición visual, el Mallo Gorreta y el Anzotiello, como fieles testigos de momentos geológicos de terrible convulsión.

La montaña nos recibe con sus mejores galas
Gorreta de los Gabachos
            Nosotros seguimos por el seno del barranco, hasta las Foyas de Gamueta, un sistema de dolinas producidas por la naturaleza caliza del entorno. Las dejamos a su aire para afrontar ya la subida al collado. Casi trescientos metros de desnivel, que nos cuesta como tres cuartos de hora, salvados por inestable pedrera en algunos tramos, que obliga a afinar la atención.  La llegada al collado es un momento claro de expansión, expansión visual, expansión del alma. Expansión. Somos la prolongación de unos paredones verticales que se asustan de sí mismos, unos paredones condenados a esa verticalidad desde el origen de estas montañas. Ante nosotros, una sucesión de huertos pétreos dan lugar a la formación de amplios barrancos, como el de Anzotiello o el de Acherito, con vocación de ir a desovar en el Subordán en el paraje de la Mina. Un Subordán que se nos muestra luminoso serpenteando por Guarrinza, después de haber nacido a los pies del Marcantón y dibujar en Agua Tuerta uno de los paisajes más bellos de esta zona del Pirineo. Estamos en el Parque Natural de los Valles Occidentales, y aquí todo es bello, aquí todo se esfuerza por serlo.

En el collado de Gamueta
Abismos imposibles
            Tras echar un bocado, que no nos alimenta más que el extraordinario espectáculo que tenemos ante nosotros, nuestros pasos se dirigen hacia la cresta, para abrazarnos a ella ya y poder abordar las tres perlas que tenemos por delante. Son avanzadillas de esa cresta, que se asoman a los abismos que dibujan, y que han decidido no formar parte del caos de rocas que hay a sus pies, a varios cientos de metros por debajo de ellas. La primera en llegar es a la Gorreta de los Gabachos Norte. La siguiente es al Pico de la Foya de Gamueta, desde el que tenemos que acometer un descenso para subir ya decididamente al techo de la jornada, a ese Chinebral de Gamueta, que se alza por encima de todos los demás de este extraordinario circo, este arco que aquí comienza y no deja de serlo hasta el Anzotiello, en el extremo sur.

Progresando por la cresta
Mesa de los Tres Reyes, Petrechema, Mallo de Acherito
            Con sus 2.329 metros, el Chinebral nos permite unas excelentes vistas sobre el resto de montes y barrancos al norte de donde nos encontramos. Distinguimos el Mallo de Acherito, que nos tapa el Sobarcal. Pero al que sí que vemos es a su compañero, el Petrechema, que con este último configuran la Puerta de Ansó, ese collado fronterizo entre estas tierras ansotanas y las de Ansabère, del país vecino. En estos lugares de tres reinados, no podía faltar la Mesa de los Tres Reyes, con su Tabla a sus pies. Y tantos y tantos otros que surgen de este mundo calizo que aun con todo lo que vemos, que es grande, la vida de sus entrañas no se quedará a la zaga.

Llegando a la cumbre del Chinebral de Gamueta
Salto del Caballo
            Media hora larga de alimento por los cinco sentidos y comenzamos el descenso por sendero de piedras primero y por una ancha loma herbosa a continuación, que nos lleva a la entrada del bosque, con claros tintes ya otoñales. Un espléndido hayedo que hace nuestras delicias, entre otras cosas porque se interpone entre un sol picón y nosotros. Un hayedo, en el que como una brillante síncopa se encuentra un sorprendente tejo, al lado del cual nos quedaríamos un buen rato para escuchar sus historias, que las tendrá, y buenas. Pero hemos de seguir. Salto del Caballo y Llano de la Casa, en Linza, donde se encuentra el refugio, al que acudimos a comer.

Bosque de Gamueta
Todo tiene su recompensa
            En una jornada, en la que seguimos anhelando ver ese arco iris que los más viejos del lugar dicen que un día existió en el cielo sobre la tierra, hemos recorrido 11,9 km por estos calizos y resecos montes, en casi 6 h de tiempo total, del que 3h 45’ han sido en movimiento, con un desnivel acumulado en torno a 1.200 metros D+. Una jornada especial, como todas. Una jornada pasada entre amigos, como todas. Una jornada en la que bajamos un poquico más sabios de las montañas, de la Corona de Gamueta, de sus perlas y abismos.



miércoles, 14 de septiembre de 2016

Peña de las Armas, sobre Tabuenca

IXOS MONS
Peña de las Armas (1.155 m)
Lunes, 12 de septiembre de 2016



        - Mariááá, ya m’as escondido la bota!!!
        - Ridiós, si la tiés en la sillááá!!!

            Si pegas oreja, aún se puede oír de forma tenue por los laberínticos pasillos de la vieja casona, la voz ronca del agüelo royo, y la respuesta de María, su mujer. Una y otra vez, cada almuerzo, cada comida, cada cena, los últimos años de su vida, el abuelo Agustín repetía la misma cantinela en aquella casa situada en la misma plaza del pueblo, junto al ayuntamiento. Una casa que fue casino, baile, fonda, y no sé cuántas cosas más… sí, últimamente hasta botica. Una casa que hoy se conserva como la visité, incluso pasé un verano, cuando era chicorrón, pero que según me dicen sigue estando como entonces, con seguridad hablamos de hace más de cien años, quizá ciento veinte, ciento treinta. Hace tiempo que quería volver a oírlo, pero ya apenas se oye, se va desvaneciendo en el tiempo. Nati, la ya octogenaria nieta de Agustín destila una nostalgia que lo envuelve todo, que lo opaca todo, que se alía con el  tiempo para acelerar la ruina de la memoria y de la casa, de sus oscuras alcobas, de su negra chimenea con sus cadieras, de sus corrales, de sus graneros... Hace tiempo que quería volver al pueblo, me encantaba ese olor a ovejas por cualquier calle que pasaras. Hoy, ese olor se ha quedado bajo el pavimento. Estamos hablando de mi bisabuelo por línea directa paterna. Estamos hablando de Tabuenca. Estamos hablando de unas gentes y de un tiempo que se fueron.


Desván de una casa de pueblo
            De sus consuegros, D. Octavio y Dª Julia, bisabuelos míos también, claro, desconozco la procedencia. Sólo sé que eran los maestros del pueblo en aquella época. Casi nada. Con ayuda de unos parientes, Ángel, nieto también, y su mujer, también Nati, hemos rescatado de la memoria estas cosas en la visita que hemos hecho al pueblo, en plena ruta de la garnacha, en el Campo de Borja, a donde nos hemos acercado para subir a uno de sus montes más emblemáticos, la Peña de las Armas. Y lo hacemos siguiendo el PR-Z 164 en una circular que lo circunvala y que pasa por un collado al culminar el barranco del Infierno, muy próximo ya a la cumbre, para descender y volver al pueblo por la ermita de San Miguel de Todos los Santos, donde el cuarto domingo de Cuaresma se reúnen las gentes del pueblo en torno a unos preparados gastronómicos típicos.


Señalización del PR-Z 164
            Los nueve toques de la parroquial de San Juan Bautista me acompañan en la salida del pueblo, siguiendo siempre las marcas amarillas y blancas del sendero, que discurre primero por una pista agrícola que deja al descubierto el carácter rojizo de esta tierra. Una pista que va recorriendo esos campos, dejando a izquierda y derecha más yermos que cultivados. Pronto se nos abre a nuestra izquierda visual ese cabezo calizo con sus dos morrones. A la derecha dejamos un gran depósito para auxilio forestal, de reciente creación. No llevamos ni una hora andando cuando vemos a lo lejos una gran explanada donde podemos encontrar la fuente del Cerezo, con su abrevadero anexo, y su cerezo, ¿cómo no? También preside un gran ejemplar de chinebro, con el alma dividida entre este paraje y la extraordinaria vista que tiene sobre el Moncayo y sus adláteres, incluidas las Peñas de Herrera y la Tonda, que ya fueron objeto de nuestra visita en la misma jornada, hace unos meses.

Peña de las Armas, fuente del Cerezo, abrevadero... y claro, el cerezo
La Cueva
            Seguimos, y al poco tenemos que abandonar la pista para tomar un sendero, por cierto, muy vestido, que nos saca de nuevo a la pista, y que nos lleva a un campo con ganas de ser trabajado. Tras recorrer su canto casi hasta el final, nos encontramos un cartel en el que indica “La Cueva”, y efectivamente, nos lleva a ella, otro punto de interés en la ruta. Se trata de una gran oquedad en la roca caliza, que aprovechaban para refugiar el ganado. Estamos poco tiempo, porque un más que inquietante zumbido de abejas nos alerta de su presencia. A mano derecha, unas gradas hemos de superar para continuar el sendero, que sigue por el barranco del Infierno, y que hay que ir adivinando por lo vestido del terreno. Bien se vale que se van viendo señales amarillas y blancas.

Nava Alta
Cerca ya del objetivo
            Un empinado tramo de piedra seca nos sube ya hasta el collado, desde donde vemos la sierra de Nava Alta a nuestra derecha. A nuestra izquierda, la trasera de la Peña de las Armas a ciento cincuenta metros más arriba. Un desnivel que salvamos por senda en unos diez minutos. La cumbre de este cabezo, a 1.155 metros, es una amplia plataforma que alberga un vértice geodésico, y cuya proa oriental apenas deja vista sobre Tabuenca, por lo que nos tenemos que aproximar a ella para bien ver y bien gozar. De vuelta al vértice, vemos y gozamos de las vistas hacia el gigante del lugar, hacia ese macizo con el alma partida entre Aragón y Castilla, y cuya cumbre es la más alta de la provincia de Zaragoza. Estamos hablando del Moncayo, y él lo sabe.

Majestuoso Moncayo. A su izquierda, las Peñas de Herrera y la Tonda
Ermita de San Miguel de Todos los Santos
            Volvemos sobre nuestros pasos hasta el collado, hasta donde se puede llegar con rodantes por donde bajamos. En veinte minutos nos presentamos en la ermita de San Miguel de Todos los Santos, y al poco de pasar por el peirón de San Miguel, llegamos al pueblo escoltados por todas las campanadas horarias posibles. Son las doce, justo tres horas después de salir de este pueblo con raíces celtíberas, colonizada posteriormente por los romanos, que desde el Cerro del Calvario supieron explotar unas minas de hierro en la entonces Tabuca.

Marcas de PR a lo largo del camino
            En definitiva, una buena mañana pasada en la tierra de los ancestros, conociéndolos un poco más a ellos y a lo que vieron, vivieron, trabajaron, quizá soñaron. No lo sé, difícil saberlo. Tratando de empaparnos de todo ello, hemos recorrido 13,2 km, invirtiendo 3 horas de tiempo total, del que 2h 30’ han sido en movimiento, para salvar algo más de 600 metros de desnivel acumulado D+.
  


domingo, 11 de septiembre de 2016

Monte Perdido, por la Punta Escaleras

AQUERAS MONTAÑAS
Punta Escaleras (3.027 m)
Monte Perdido (3.348 m)
Jueves, 8 de septiembre de 2016

Monte Perdido.
Gallo del gallinero,
Culeca, sin embargo
De cuatro hermosos valles
A los que nacimiento y vida das
Y que a todos enamoras
No cambies, Monte Perdido
      
Hacia el objetivo
            El Monte Perdido, con sus 3.348 metros de altitud, es la mayor altura del macizo que lleva su nombre, y que es considerado como el macizo calcáreo más alto de Europa. Está acomodado entre sus hermanos Cilindro de Marboré (3.325 m) y Soum de Ramond, o Pico Añisclo (3.257 m), constituyendo las llamadas Tres Sorores, o Treserols. Tres hermanas, en definitiva, como lo fueron aquellas pastoras de la leyenda que tuvieron sus escarceos con tres jefes de tribus rivales, y que los dioses hicieron surgir estas tres grandes moles en el horizonte para que perdurara en la memoria su historia. Otra nos cuenta la existencia de un palacio en su cumbre, construido por Atland, y al que sólo se podía acceder a través de un caballo alado. O esa que describe a un pastor que hizo caso omiso de un vagabundo que andaba por ahí…

Auténticos privilegiados
            En fin, esta diversidad de orígenes míticos y legendarios nos da una idea de la importancia que ha tenido para las gentes del lugar, y los que se han acercado a él, este extraordinario monte. Un monte que ve cómo se desgarra la tierra a sus pies. Un monte que ve, que ha visto, a lo largo de los últimos milenios cómo los hielos han ido labrando esos valles eternos e infinitos de belleza. Un monte que, como gallina culeca, protege a sus polluelos bajo sus faldas. Ordesa, Añisclo, Escuaín, Pineta. Unos valles distintos, pero con algo en común, que son regados por las aguas que este gigante filtra entre sus entrañas. Unas entrañas cuya función reconocemos y agradecemos. Pero no vamos a hablar de sus entrañas, vamos a hacerlo de su piel, de la epidermis más rugosa, más rocosa, más expuesta a los elementos, y más inclinada, para alcanzar su cumbre a través de una ruta poco habitual, la Punta Escaleras, que como buen telonero antecede a la orgía visual y sensorial del grande, y que tras una vaguada hace clavar en nuestra vista y nuestras manos esos escarpes que le dan nombre. Todo eso, y más, con Clara y Álvaro. Vamos.

Ya en Góriz
Ancha y empinada canal de arranque
            Ocho de septiembre. Siete de la mañana. Trece grados. Un escándalo a los 2.180 metros de altitud próximos al mirador de Ziarracils, el más oriental de la sierra de las Cutas, que cierra el cañón de Ordesa por el sur. Como no ha llegado todavía el alba, vamos a por ella, y lo hacemos por el sendero que jugueteando con los abismos de esa sierra, gana terreno por Cuello Gordo y nos aproxima al collado de Arrablo, para tomar el GR 11 y tras hora y media, llegarnos hasta Góriz, donde bulle ya el movimiento de montañeros con su proyecto en la cabeza, como nosotros, que tomando el camino de subida normal al Perdido, en poco más de media hora, y unos metros antes de llegar a un gran hito, abandonamos para meternos a la derecha, y dar comienzo al verdadero ascenso a esta primera cota del día.

Llegando al collado
Progresando
            Una ancha y corta, pero pendiente, canal, nos da la bienvenida, y a su final nos obsequia con una espectacular vista sobre la espesa boira que cubre los valles. Unas nubes que ya hemos venido intuyendo, y que tienen apresados visualmente a los habitantes de los fondos de valle, que ven un mal día para hacer montaña, pero que a nosotros nos parece excelente. Bocado y trago, y arrime a la pared para sobreponernos al primer uso de manos, por una corta fisura tras una repisa horizontal, al cabo de la cual encontramos las primeras flores de nieve. Nuestro caminar discurre por sendero bien trazado que va haciendo lazadas para disimular la pendiente, sin apenas conseguirlo.

La montaña y el ser humano, de piel a piel. Primeros escarceos
Como un velo de penumbra, se extiende la boira por el valle
            Las boiras se pasean por el valle de Ordesa como por el pasillo de su casa, llegando hasta su rinconada. El sol va acariciando su lomo, que hace que finalmente se derritan. No así las del valle del Cinca, que resisten esas caricias haciéndose fuertes. Sólo las puntas más altas de Peña Montañesa, Castillo Mayor, Sestrales y poco más, se aúpan para respirar. Nosotros, apenas lo podemos hacer, la pendiente prima. Sólo los pasos echando las manos nos dan un respiro. Pasos que se van sucediendo, pero que no pasan de ser un mero entretenimiento.


La primera visión sobre la parte superior del circo de Góriz es apabullante
En busca de los resaltes
            Poco más de tres horas y media para asomarnos a poniente sobre el impresionante circo de Góriz, escoltado por el Cilindro de Marboré y el Monte Perdido, que impaciente nos aguarda. Los impresionantes paredones de este macizo se muestran impertérritos ante los abismos que originan. Los dejamos ahí a su rollito y en diez minutos nos acercamos al punto más alto de esta Punta de las Escaleras, auténtico telonero del monte estrella de la jornada y de la redolada. Una plataforma ésta, que desde abajo pasa inadvertida, porque su horizonte se ve engullido con el paredón del Perdido y que nos queda por delante. Pero antes, hay que bajar a una, cómo diríamos, poco deseada vaguada, que nos hace perder desnivel. Es la forma que tiene la montaña de jugar con el que a ella se acerca. Juguemos, pues.

Belleza en estado puro
Segundo resalte
           Tras llegar a este atípico cuello, hemos de afrontar la subida ya del gigante. Y lo hacemos a través de las duras rampas para superar los trescientos cincuenta metros que nos separan de la cima del coloso. Unas rampas que te dan un respiro para superar los dos resaltes que tienen intercalados, en los que hay que echar nuevamente las manos, pero se cuenta con una caliza de gran adherencia y buenas presas. El segundo de ellos está provisto de una cuerda, que no va mal, aunque no se debe emplear como recurso principal. A nuestra derecha, se va abriendo la cuenca de Arrablo, con su ibón a los pies del pico Añisclo. Y ya no queda más que rematar ese sinuoso sendero de piedras que te lleva a lo más alto de hoy, a lo más alto del macizo, a lo tercero más alto del Pirineo. La silueta del vértice geodésico rasgando el horizonte es determinante.

Acariciando visualmente la cumbre
Bailando entre boiras
            Cinco horas y cuarto han tenido la culpa. Cinco horas y cuarto de auténtico disfrute por encima de las nubes. Cinco horas y cuarto acariciando la piel de estas montañas, cuya vertiente norte no está mejor que la que hemos traído. El tiempo está cambiando. Las boiras que hemos visto retirarse del valle de Ordesa vuelven sobre sus fueros, señal de que le han ganado el último pulso al sol, a un sol que térmicamente no va a dar ya mucho más de sí, y que provoca unas peleas etéreas entre esas nubes que buscan su acomodo en el espacio, y que por ahora no lo encuentran. Entre tanto y cuánto, el espectáculo que nos dejan es auténticamente singular. Las grietas que las eras geológicas han ido diseñando a los pies de este gran macizo se abren ante nuestra vista por entre esas nubes que juguetean con ellas. Otro gran monte, otra gran jornada, otras sensaciones inenarrables que quedan en lo más profundo del ser y que se hacen inabarcables. Momentos compartidos.

Cilindro de Marboré, Astazus, Brecha de Tucarroya, Ibón helado de Marboré
Cilindro de Marboré, con su ibón Helado a los pies
            El cambio de tiempo va tomando velocidad, y nos vemos rodeados ya por las primeras pinceladas de esas nubes que hasta ahora se han mostrado recatadas y ocupando los fondos de los valles. Daban tormentas por la tarde. No queremos arriesgarnos y sin terminar de comer y de disfrutar, emprendemos el descenso por la vía normal, que tras bajar a esa ante cima norteña, te engulle sin remisión para bajar esos trescientos metros de desnivel, en los que el Lago Helado se nos va haciendo más grande a cada paso que damos. Incómoda pedrera primero, y el lomo de un resalte después, para llegarnos a él y no pasar de largo. Una hora más hasta coger la ruta de esta mañana, que nos ha subido hacia el Escaleras.

Paso delicado provisto de cadena, por encima de la Ciudad de Piedra
Mirador de Zierracils, sobre el cañón de Ordesa
            Y ese ánimo de no perder tiempo, avalado por unos cielos cada vez más negros, nos hace no pasar por el refugio para ir acortando y dirigirnos hacia el arranque del collado de Arrablo, para meternos ya en esa senda que pasando de nuevo por Cuello Gordo, nos lleva hasta el vehículo, no sin antes asomarnos al mirador de Ziarracils y rendir el último tributo al valle de Ordesa, estreñido por una pertinaz sequía que está adelantando los ocres y marrones en sus frondosos bosques caducos. De hecho, la Cola de Caballo se muestra avergonzada de no ser ni la sombra de lo que es en otra época, ya que no le llega el agua ni al lecho del Arazas, que arrastra su cauce seco hasta que se ve alimentado por pequeños torrentes antes de las Gradas de Soaso.

El CP Mayencos en la cima del Monte Perdido
            Damos así por concluida una jornada más entre amigos y entre buenas montañas, a las que les hemos dedicado 9h 30’ de tiempo total, del que 6h 30’ han sido en movimiento. Todo ello para recorrer 21,3 km, y salvar en torno a 1.650 metros de desnivel acumulado D+. Unas montañas calizas, secas, ásperas, agudizado por una pertinaz sequía que no nos regala ni una gota de agua desde hace casi tres meses, y que esperamos que cuando lo haga, lo haga con calma.

 


Web recomendada: http://www.ordesa.net/